SAIGON BLUE RAIN: What I Don’t See (Autoproducido 2014)

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No me cabe duda alguna de que los franceses tienen un talento especial para la faceta más elegante y refinada de todo cuanto con la música oscura tenga que ver. Poco importa si el estilo escogido lleve el antedicho cold-, new-, dark-, o el que quieras (-wave, claro). Siempre consiguen que suene especial y diferente al mismo género practicado en otras latitudes. Ni siquiera es algo achacable al idioma pues muchos de ellos no cantan en francés. No sé realmente lo que es, no me importa demasiado tampoco. Porque así es. Cubren cualquier tema de una pátina distinguida, casi aristocrática. Desde cualquier ángulo, a veces frío, a veces triste. Viene todo esto a colación porque suena en este preciso instante en mi equipo de música el primer álbum de los parisinos Saigon Blue Rain (antes conocidos como Stupid Bitch Reject), What I Don’t See y lo primero que llama la atención es esa suavidad aterciopelada (y oscura) que lo envuelve todo. Un ambiente en ocasiones onírico, en otras gélido, pero siempre con ese barniz hipnótico y delicioso que caracteriza (o así me parece) a los grupos que vienen de allende los Pirineos.

Desde Queen Ephemeria queda claro qué es lo que tienes entre orejas, guitarras cristalinas con un cierto deje a The Cure o a unos Cocteau Twins inspirados. Ritmos sencillos pero que se ajustan como un guante a la dulce letanía vocal de Ophelia, como una odalisca siniestra, dulce pero con un matiz peligroso. Un lugar al que se acercó ya en su momento Julianne Regan (por ejemplo), quizá con un registro vocal más amplio pero con un color distinto, menos cálido. SBR mezclan con muy buen gusto influencias diversas y escuchando atentamente tienes esa sensación de que pese a que lógicamente no inventan nada, todo suena fresco y actual. So Cold y Corps Astral siguen por los mismos derroteros, con Franck Pelliccioli y las guitarras distorsionadas sin ruidismo y con la delicadeza del hielo a pleno rendimiento y con los “gorgoritos” (en el mejor de los sentidos) de Ophelia dominando tempos y sentimientos. En el caso de So Cold, más pausadamente y en el de Corps Astral con más mirada puesta en los ochenta. Pero ambas a gran altura. Borealis es mucho más onírica. Como si All About Eve nunca hubieran coexistido con los Mission y con un toque curero (de la época de 17 Seconds) en rimos y melodías de guitarra. Una maravilla oscura que mejora según transcurre la canción, triste y gris, magnífica. I Wanna Be You es más animada, aunque sin exagerar. Ophelia demuestra que también domina otros estilos, otras maneras de cantar. Las guitarras permanecen similares, pero algo más cortantes. Una canción llena de niebla, pero no tan melancólica como las que la preceden. What I Don’t See vuelve a la vertiente más taciturna, con un efecto central rarillo, que le da un aire distinto. A mí me ha costado cogerle el pulso, pero gana con las escuchas. Beyond The Stone recoge todo lo destacable de los ochenta y lo vierte y le da la vuelta enérgicamente (ay esa guitarra ensoñada). La indudable sensualidad de la vocalista, arropada por las cuerdas hacen el resto. Lovelorn es, otra vez, una melodía helada envuelta en voz “reganiana” pero sin todos sus defectos. Los instrumentos en capas sucesivas se van superponiendo pero la auténtica protagonista es la riqueza de las armonías de la garganta de Ophelia. El siguiente corte, penúltimo, es Break The Silence. Arranca el tema con un teclado de reminiscencias chill out y poco a poco la guitarra del bueno de Franck va dibujando por encima, con letanías de voz y ritmos pausados. Onírica, casi irreal, menos fría que el resto del álbum, pero con la misma sensación neblinosa. Como si miras el mundo a través de un papel de seda. Leyendo la letra de L’Offrande, perfecto cierre, comprendes un poco mejor todo el álbum. Sirenas (de las de la mar), el océano como metáfora última, un canto etéreo a todo lo que importa. A la belleza, en definitiva. Una belleza que está presente en todo What I Don’t See, tal y como es, a veces triste, otras de ensimismada beldad. En ocasiones melancólica, en otras onírica. Fría como el hielo, helada como la lápida de mármol de una tumba en un día de niebla, o cálida como un rayo de sol en primavera. Como la naturaleza. Como la vida misma.