HAVAN: Yajna (Cyclic Law 2013)
Yajna. Ritual védico, repetición de antiguos mantras. Zoroastro. El ritual del fuego sagrado (Havan significa Sacrificio con Fuego o al Fuego, en sánscrito). Pero ya no sólo. Desde hoy (desde el 31 de marzo, en realidad, es cuando se pone a la venta el disco, en digipack limitado a 600 copias) Havan y Yajna es más cosas. Es una manera, a veces áspera, otras bella de hacer llegar esa energía que decía antes, la que te relaciona con esos antiguos rituales de elementos primordiales: el fuego, el aire, el agua, la tierra. Antes de que el hombre lo fuera, antes de todo, en realidad. Puede parecer un poco sobreactuado pretender meter en los surcos de plástico de un “terrenal” CD toda esa sabiduría arcana y compleja de dioses y sacerdotes, de rezos y rituales, de sacrificios, de Visnú y Brahma, de ceremonias religiosas que en occidente jamás (creo) se han llegado a comprender siquiera en un pequeño porcentaje. Pues no lo es. No si se hace desde el respeto absoluto y con honesto interés, esto no pretende ser un referente filosófico-religioso, sólo dar a conocer esa “otra visión”, profunda (y tan profundamente desconocida por estos lares).
Para ello se usa el ruido. La creación de paisajes oníricos. Todo tipo de instrumentos dedicados (y delicados) a transmitir ese ritual, esa celebración, en realidad. Música para soñar, para escuchar relajado, sin hacer nada más, mejor con cascos incluso. Para sumergirte en ella, para dejarte acariciar por las notas, por los vaivenes cíclicos de sonido y energía. Música para escuchar de noche, para notar como la oscuridad se desliza a tu alrededor y dentro de ti, poco a poco, sin sacudidas que revelen lo que está sucediendo. Oscuridad que se ve rota por el fuego, por esas lenguas que arden y danzan y lamen y calientan. Que crecen, que suben y bajan en un movimiento azaroso solo sugerido por la llamarada anterior. Música para sentirse uno con ese fuego purificador, ese fuego que tanto el inicio como el final, ese fuego creador y destructor, amante y asesino, dulce y violento. Durante la media hora de Yajna puedes percibir esa oscuridad inicial, de algún modo vacía, que poco a poco el sonido va llenando, va cubriendo (como cubre la noche al acontecer, al desaparecer la luz progresivamente) todo, en un crescendo, en una adición sónica, melódica, de infinitos matices. Esa noche con tantas caras como puedas imaginar, cada vez más profunda. Noche en la que de repente aparece una llama. Y otra, y otra más. Y una cuarta. Y van creciendo y se dejan mecer al compás. Avanzando a la vez que consumen el combustible que les da la vida. Que somos nosotros, qué duda cabe a estas alturas. Avanzan y avanzan cada vez más altas, más grandes, más poderosas. El chamán, el brujo, el sacerdote, trata de controlarlas, de dominarlas. Repite letanías imposibles, recita, habla, masculla fórmulas. Poco a poco, lentamente, tan lentamente como han crecido, van perdiendo intensidad. Poco a poco, lentamente, todo vuelve a donde estaba. La noche de nuevo es dueña, la oscuridad de nuevo se hace con el control. Otra vez. De nuevo todo está en calma, oscuro. No hay ninguna luz. No oyes nada (solo tu respiración, la tuya y la de la tierra). No ves nada. No ves pero sabes, has comprendido. Te has dado cuenta de todo lo que emana del fuego, has visto su poder, has entendido que si eres es porque el fuego así lo ha querido. Has presenciado como el chamán, el brujo, el sacerdote, han intentado controlar algo incontrolable por definición. El disco se acaba. Pero siempre quedará noche. Siempre quedará fuego.