GEOMETRIC VISION: Dream (SwissDarkNights 2013)

Hay discos que tienen extrañas cualidades. Discos (o grupos) que son capaces por sí mismos de producir en quien los escucha -si éste está mínimamente dispuesto, claro- sentimientos, sensaciones, recuerdos, etc. que nada tienen que ver con el disco (o el grupo) en sí. Que no tienen relación alguna con calidades, ni siquiera con cualidades. Que no dependen de estilos, modas, aspectos, estéticas. No dependen de nada más que de la capacidad intrínseca de mover determinadas fibras en el escuchante; hilos que cuelgan, diferentes en cada persona, de recovecos de la memoria que conscientemente no sabías que existían, desconocías su longitud y profundidad. Cuerdas, en mi caso, cabos que de repente una nota, un acorde, una canción, pulsan y estremecen. Sin darte cuenta casi. Repentinamente te ves en otro lugar, en otro tiempo, en otra época. Sin consciencia, percibes todo de otra manera, fuera completamente de la realidad que te circunda. Tiempos ni mejores ni peores, pero sí más frescos. Más intensos por ser más nuevo todo, por falta de experiencias con las que contrastar. Vívidos recuerdos de virginidades auditivas. Que ya no recordabas, que pensabas casi que no habían sido, a fuerza de no tener memoria de ellas. Y entonces, llega un disco (o un grupo, je) y rompe todo. Da un virtual puñetazo y vuelves a tener treinta años. O veinte o quince. Vuelves atrás en el tiempo, imagino que en cada caso concreto el salto será distinto, como es diferente quién o qué lo provocan. Créeme, pues hay discos que hacen eso. Y yo no sé cómo.

Geometric Vision es un trío italiano que debutan en formato CD con este Dream, del que ahora (antes también, por supuesto) hablamos. Diez canciones que tienen esa extraña virtud que comentaba antes. Desde la primera pieza, Chant d’Automne, desde ese primer recitado baudelariano, desde ese francés que funciona tan bien, se empieza a producir el viaje. Cierras los ojos y notas como la temperatura baja diez grados, casi notas el aliento frío del rapsoda al declamar los preciosos versos. Entras totalmente en ambiente, con ese canto de otoño. Solitude Of The Trees marca desde que comienza con ese bajo tan característico (impecable el trabajo de Gennaro Campanile en esas cuatro cuerdas), con esa caja de ritmos, la voz aguda de Ago Giordano, desde el pulso rítmico hasta la bonita (y helada) melodía, por dónde discurrirá todo el “sueño”. Melodías coldwave puras, con aliño afterpunk y la cantidad adecuada de sintetizador clásico. Una vuelta a 1981 en toda regla. Un viaje en el tiempo. Un regreso décadas atrás. Una delicia, vamos. Never Stop The Dance me tiñe las canas. De repente vuelvo al garito que me acogió tantas tardes noches en aquellos, vuelvo a ver a los mismos tipos bailar, saboreo los mismos brebajes que entonces (tranquilos, chicos, los años mejoran el gusto)… continúo mi proceso de reaprendizaje. We Have No Time es puro postpunk moderno. Con los ojos puestos en el clásico, pero la guitarra de Roberto Amato emparenta inmediatamente con ese revival que vivimos (sufrimos y disfrutamos, vida en suma) hoy de esos sonidos otrora añejos, ahora revisitados tantas veces. En este caso el pariente es el talentoso, el casi genial, pues nada envidia a ninguno de los grandes nombres. Nada palidece en la comparación. La sencilla melodía te arrastra sin pausa. Te lleva y se queda contigo. Hasta que el brutal bajo de Skies rompe el hechizo. Fría y cortante como el hielo azul. Las escalas de las teclas apoyan esa atmósfera helada. Oscura, ochentera también, todo encaja como un guante. La guitarras afiladas pero no demasiado, las voces reverberantes, el bajo que sigue martillando, los teclados, la caja… Uno de mis cortes preferidos de todo el disco. Y eso que hay muchos. In My Cold Room tiene estilo y elegancia para regalar. Otra melodía aparentemente sencilla, otro teclado dibujando fino, finísimo. El resto de instrumentos van componiendo capas por encima, multiplicando el efecto. De nuevo vuelvo a hace mucho tiempo. De nuevo se deslizan ante mis ojos imágenes que tenía casi olvidadas, que creía inexistentes incluso. Primeros zarpazos en el alma, primeros arañazos, primeros… todos. La belleza de una melodía. Llevada al extremo. Two Rums (I Miss You) Four Rums (I Lost You) la podrían haber hecho Aviador Dro si hubieran sabido. Y si hubieran sido ingleses, y si. Demasiados y si. Ese ritmo trepidante, el teclado vibrante. Casi ves la ropa de plástico multicolor y los peinados imposibles. Dan ganas de maquillarse. Stranger cambia de nuevo, ligeramente, de registro. Mucho menos nuevaolera que la anterior, retoma el pulso afterpunk frío con teclados. Debería sonar a todas horas en todas partes. Debería enseñarse en los colegios casi. Es una canción de esas que no cansan, puedes oírla una o mil veces. Imprescindible como un anillo con calavera, esencial como In The Flat Field. I’m In Space confirma que estamos en algún lugar hace tres décadas. El aire huele a ozono y a humo seco de ese. Y a laca y a jabón cardados. Un póster de Annie Lennox en una pared y otro con una foto de Depeche (con Gahan con mechas rubias y traje y camisa pastel) en la opuesta. Tres espabilaos bailan a su bola en la pequeña pista y un tipo le cuenta a otro lo maravilloso de ser bisexual. Se ven pocos sombreros, aún, se ve mucha chavalada intentando encontrar su estilo. Algunos lo harán. Justo antes de que la nostalgia me dé arcadas comienza el último corte del disco, Dream. Onírica como el título, con las voces desdibujadas al fondo, es el cierre perfecto para que te apetezca empezar de nuevo. Volver al pasado, degustarlo despacio. Volver no para quedarse, inútil y absurdo sería renunciar a lo logrado y a lo aprendido en estos años, volver para saber que está ahí todavía. Que esas sensaciones siguen (y seguirán hasta que muera, sea pronto o tarde) en lo más profundo del corazón. Volver para mantener viva la esperanza de que se sigan haciendo discos que permitan esto, discos que te toquen tan dentro. Discos con juventud, insultante juventud, en cada surco.

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