EL ÚLTIMO SOL: Entre Mundos (Gradual Hate/Soliferro 2021)
De todas las ramas del neofolk actual (o darkfolk o folk a secas o lo que sea) hay pocas que mantengan aún una cierta creatividad (necesaria) y/o una frescura reseñable (imprescindible). Una de las que de un tiempo a esta parte ha conseguido mantener viva esa llama, tiene en El Último Sol a uno de sus representantes más destacados, además de recientes. No voy a intentar meter en ninguna cajita estilística ni a etiquetar el estilo, precisamente sería la mejor manera de restarle esa frescura que decía antes. Si no te has acercado aún a ellos, podría decir (eso sí) que mezclan rituales de aroma chamánico y pagano, con instrumentos orgánicos de percusión, un cierto animismo y, por encima de todo, una conexión propuesta al oyente, un chorro de energía atávica, que te atraviesa de parte a parte en cada escucha.
El Último Sol es la colaboración entre Daniel P. (Àrnica, Wihinei Rita…) y Gemma A. El dúo presenta ahora su primer trabajo, Entre Mundos, de la mano –no podía ser de otro modo- de Soliferro y Gradual Hate. O al revés, que tanto monta, etc. Dos ediciones, una ultralimitada (preciosa, creo que ya agotada) de 30 copias con tótem hecho a mano incluido y una presentación ciertamente espectacular. La otra, la “normal”, también limitada pero en este caso a 200 copias, es un bonito digipack con imaginería de aire rupestre que de por sí ya invita a la escucha. Y esa es en la que nos centraremos ahora.
No voy a ir desgranando canción a canción por varias razones: las principales, que Entre Mundos me parece un disco de esos que hay que paladear enteros y en su orden, nada de singles o de canciones sueltas (por más que son perfectamente disfrutables individualmente, creo que se interiorizan mejor en el contexto de todo el álbum) y que las once piezas comparten energía, esencia, aromas. Once cortes que conectan lo ancestral y lo futuro, esto último en el sentido de un “lugar” al que ir, o mejor dicho, al que “volver”. Lejos del frenesí del presente, en el que sin duda hemos olvidado –al menos conscientemente- lo íntimo, lo primordial, lo trascendente. Hemos decidido dar la espalda a la (nuestra) naturaleza y nos hemos revestido de cientos de capas absolutamente innecesarias que nos separan y alejan de lo que verdaderamente somos. Y lo que es peor, de lo que sentimos. Entre Mundos intencionalmente hace girar la mirada al escuchante a esa naturaleza atávica y, cuando miras allá, descubres que has estado perdido pero que todavía tienes tiempo de reencontrarte.
Entre Mundos propone, por tanto, un viaje. A lo remoto, tanto en un sentido espacial como temporal. A lo natural, a lo arcano, a lo escondido por las escorias de la civilización. Un viaje en el que hay que entrar, está ahí, aunque en ocasiones sea difícil de encontrar. En los árboles, custodios atemporales. En las aves, eternas centinelas. En las piedras, en la tierra misma. Un ritual que los emparenta –lógicamente- con los Àrnica menos guerreros, con eso que llaman Ur folk, incluso con artistas como Neønymus. Un ritual en el que sumergirse, sin prejuicios, en el que abandonarse y dejarse mecer y emocionar. Porque de emociones va esto. De sensaciones, de entraña. De sangre y barro, de víscera y granito. De alma, en definitiva. Un ritual recomendadísimo para todo aquel que tenga oídos. Un álbum fantástico.