CABEZALÍ: Pequeño y Plateado (Origami Records 2013)

Cabezalí (Manuel) es o debe ser un tipo francamente ocupado. A sus actividades principales como guitarra, voz y compositor en Havalina, une un sinfín de colaboraciones con otros proyectos), como músico (Russian Red, la Rosenvinge, The Cabriolets entre muchos y como productor (October People, Boat Beam, Edredon, Rufus T. Firefly, His Majesty The King…), si es que es distinto. No contento con ello y precisamente ahora que a Havalina (con “H”) les va mejor que nunca, ahora que se han hartado (entre comillas) de tocar por toda la geografía española y parte del extranjero, ahora que todo son críticas buenas y alabanzas a los de píxico nombre, ahora precisamente decide dar salida a un disco en solitario. Un disco donde plasmar, supongo, todo lo que no tiene cabida en su banda, un disco donde dejar claro por dónde van los derroteros en esa privilegiada cabeza que parece darle el apellido. Un disco, resumiendo, donde ser simplemente Manuel Cabezalí, que parece poco pero no lo es en ningún caso. Y así ha de ser, ya desde el título. Pequeño y Plateado, como una de las canciones que contiene y, si hemos de hacer caso a lo dicho en alguna entrevista, como uno de esos peces sencillos y bellos, no tan famosos como sus enormes primos (los grandes de cualquier color) o como sus otros parientes (los de cualquier tamaño y mil colores). Un pez humilde pero precioso. Como debe ser la persona a la que va dedicada la canción, presumo.

Pequeño y Plateado recuerda inmediatamente a los seminales Havalina. La peculiar voz de don Manuel, la riqueza poética de las letras, incluso la estructura interna de las canciones, es lo suficientemente parecida como para saber en cada preciso momento qué es lo que estás escuchando. Por otro lado, es un disco tan ausente de electricidad, tan falto de distorsión, tan desnudo… A lo mejor al leer esta última frase te ha surgido la tentación de creer Pequeño y Plateado falto de fuerza, carente de energía. Nada más lejos. Cometí el error en la primera escucha de cebarme mentalmente con que este delicado compendio de canciones era (como en aquella infausta época en la que le dabas una patada a una piedra y te salía un unplugged) otro acústico más. Otro desvarío de guitarra y voz, taaaan bonito como… sí, como eso. Y su responsable otro desfasado que en una especie de sublimación de lo indie, en una catarsis de lo hipster, se había convertido en el enésimo cantautor desgarrado y folkie. No podía estar más equivocado, claro, si no no estarías leyendo esto. Las doce canciones que llenan el CD son acústicas, sí. Son desgarradas, también. Ya decía antes que desnudas (pese a contar con percusiones variadas y con colaboraciones como el cello de Aurora de Boat Beam). Pero lo que hace este disco especial es que siendo todo eso, estando apoyado casi completamente en la voz y la guitarra de madera del señor Cabezalí, es un trabajo tan definitivo y tan personal como lo mejor de Havalina. Lo retorcido de las letras, el apoyo de las cuerdas, la sensación de que cada canción es un trocito de alma están ahí. De nuevo, otra vez, van no se cuantas ya, se demuestra con cada tema la importancia de la canción por encima de todo. Especialmente si hablamos de composiciones que rozan lo sublime, como es el caso. Todo lo demás es adorno, bonito sí, pero innecesario. Todo lo demás, vanidad.

Así, destacar canciones es tan injusto como fútil. Decir que Humo Fuera es mejor o peor que Sombras es absurdo. Subrayar si Pequeño y Plateado es superior o no a La Estancia no tiene ningún sentido. Este es un trabajo donde cada pieza, en mi opinión, tiene su momento, cada trozo su bocado. Hay días que me estremezco más con Planes, otros con El Encontronazo. Hay días que la letra de la Nana Para Un Gato Enfermo me encanta o me desasosiega para mal, sin solución de continuidad. Hay otros en los que Amor Felino se convierte en la banda sonora perfecta. En fin, hay momentos como hay canciones, es lo que sucede, ya sé que me repito, cuando las canciones son Canciones. Y aquí hay doce, nada menos.