SIXTEENS + LINEAS ALBIÉS, 21 de abril de 2007, Nasti Club, Madrid

Tras muchísimo (pero muchísimo de verdad) retardo se abrieron al fin las puertas del Nasti y los que allí habíamos decidido congregarnos (escasísimo el público, desconozco si precisamente a causa del retraso –dos horas y media pueden echar para atrás al más pintado- o por otras razones pero daba verdadera pena la poca gente que se pasó por la sala) nos adentramos en una especie de universo paralelo repleto de seres extraños, que decían y hacían cosas rarísimas… antes de empezar el concierto.

Lineas Albiés son sorprendentes en casi todo. Son de Madrid y les honra, pero si fueran americanos o berlineses serían seguramente famosísimos y respetadísimos. Ojo, para nosotros lo son, ambas cosas, pero da rabia a veces el antichovinismo de este país en general y de su capital en particular.

 

 

 

Es difícil definir el estilo de Lineas Albiés. Muy difícil. Experimentación e improvisación (medida) constante, sonidos de todo tipo, gran variedad instrumental (provocada tanto por los samples como por la destreza en el manejo de percusiones, vientos, guitarras) y muchísima alma en cada nota, en cada acorde, en cada palabra gritada, susurrada, chillada o escupida por cualquiera de sus dos componentes. Tanto Pablo como Marietta ofrecieron un magnífico concierto, limitado por el sonido un tanto horrible del Nasti y por la escasez de tiempo que tuvieron (detalle que les agradecerán los de San Francisco) por culpa del retraso antes mencionado. La entrega que desplegaron pudo con eso y con todo lo demás. Un gran recital, sin lugar a dudas. En breve (si es que no ha salido ya) verá la luz su nuevo disco. Desde aquí les deseamos el éxito que merecen.

 

 

Algo había terminado, algo que hubiéramos deseado prolongar pero con la confianza de que lo que venía, lo que estaba por llegar, iba a ser al menos tan bueno, nos preparamos mentalmente abandonando la nostalgia por lo que acabábamos de recibir. He dicho nostalgia, sí, a pesar de lo cerca que estaba.

 

En esas y por supuesto todavía más tarde, salieron al diminuto escenario los americanos Sixteens. Tenía ciertamente muchas ganas de verlos pues tras casi rallar el “Casio” y desear que llegara a mis manos su nuevo CD, me parecía que la propuesta de estos hijos enloquecidos y bizarros de la New Wave, el punk y la primitiva electrónica setentera (los Lineas Albiés desarrollan un planteamiento de influencias similares) era muy complicada de llevar a cabo en el directo.

Unas diapositivas intentan crear una atmósfera que complemente el sonido pero se diluyen en la pared “decorada” del Nasti. Apenas se aprecia nada… tal vez serpientes, otros reptiles… No lo sé con seguridad. Una pena. Comienza el espectáculo, Kristen y Veuve se retuercen, chillan, cantan, tocan los diferentes teclados que han repartido por casi todo el pequeño escenario, cogen guitarra y bajo en ocasiones, siguen retorciéndose, aullando, acariciando y desplegando voluntad a cucharadas y rabia contra todo, contra todos. La demencia encima de un escenario, la locura llevada al extremo. El espectáculo roza lo dantesco y …es maravilloso.

Los temas nuevos y los viejos se van intercalando con aparente homogeneidad. Cenagosa homogeneidad. Te van envolviendo. El coro de ánimas cautivadas de alrededor de cada uno de los presentes se retuerce junto con el grupo. Chillan también, sienten, enloquecen más de lo que ya lo estaban. Y de repente, cuando crees que el placer no puede ser mayor, cuando solo esperas otra canción y otro y otra y otra, todo se termina. Te quedas un tanto embotado, aturrullado, sorprendido.

 

El concierto ha terminado, amigos, demasiado pronto. Daría igual que hubieran tocado diez horas, seguiría habiendo sido demasiado corto, demasiada intensidad hace que parezca corto casi cualquier cosa. Demasiado sentimiento, demasiada víscera. Por resumir lo imposible de sintetizar: una salvajada de concierto, una orgía de sentidos y sentimientos. Un conciertazo, vamos. Los presentes y ausentes lentamente vamos abandonando la sala y saliendo a la templada noche del barrio. La luz de las farolas, normalmente escasa, daña un poco las retinas, ya hechas a la combinación, perversa mezcla, de oscuridad entendida como se quiera y locura, bendita sea. Cada uno toma su camino a otro local (a poder ser infecto), a ninguna parte o casa, que el hogar dulce hogar nunca volverá a ser tan amargo.