PRINCIPE VALIENTE: Principe Valiente (Parismusic 2011)

Los ¡suecos! Principe Valiente son tal vez uno de los grupos que más me han impresionado en los últimos tiempos. Y no solo por el nombre, aunque siendo suecos pudiera haber sido por eso, nadie debería extrañarse. No es tampoco que me hayan impresionado por ser absolutamente diferentes de todo lo escuchado hasta ahora (no lo son en absoluto) sino porque cada vez que me pongo con este su homónimo primer disco largo, me cuesta luego horas quitármelo de la cabeza. Suceso extraño, casi paranormal, que, francamente, hacía años que no me pasaba. Fenomenalmente bien compuesto y ejecutado (es ésto y no la originalidad lo que distingue al grupo), Principe Valiente mezclan, con valentía principesca (que agudo estoy hoy), guitarras distorsionadísimas, teclados relativamente omnipresentes, con bajos profundos y voz melódica y llena de reverberaciones, un poco como si a los mejores Jesus & Mary Chain se les hubiera aparecido la virgen del afterpunk y la hubieran convencido de que lo suyo es la New Wave. El resultado es tan accesible como espectacular, canciones como The Night (con un bajo que podría firmar perfectamente la Mrs. Morrison de Floodland) o 150 Years (que inmediatamente me retrotrae a los 80) suenan constantemente tanto en mi cabeza como en mi equipo de música. Hay quien los compara con la última moda esta de imitadores de imitadores de imitadores de Joy Division y similares. Sinceramente no veo el parecido por ningún lado ni con la banda “madre” ni con ninguno de los susodichos hijos bastardos. Aquí no hay frío, no hay ritmos sincopados, no hay tanto dolor… lo que sí hay es oscuridad para regalar, pop –claro que sí-, rock –mucho-, actitud punk y, sobre todo, unas canciones que resisten las comparaciones, por odiosas que sean. El trío sueco sabe lo que hace, ya lo demostró con su EP anterior, pero este CD es sin duda una confirmación. La constatación, entre otras cuestiones de que Suecia no es ABBA e Ikea. O no solo. El único pero que se le puede poner al disco es la quizá excesiva linealidad de los temas, se mueven todos (salvo la intro –instrumental a piano-, Dance Like There’s No Tomorrow, el último -y para mi gusto claramente el más flojo- del disco y Solitary Man que es una especie de interludio instrumental) en una “velocidad” parecida por lo que habrá a quien le resulte monótono. Y, para nada. La variedad de matices, las emociones que transmite y ese aire moderno y añejo al mismo tiempo deberían impedirlo. Si no es así… bueno, tenemos distinto gusto.