OCTOBER PEOPLE, 10 de noviembre de 2012, Sala Wurlitzer Ballroom, Madrid

Noche de perros en Madrid, noche de otoño, fría y medio lluviosa. Noviembre, por supuesto. Aparcar, un caos, incluso dónde suele ser relativamente sencillo. La hora no ayuda y que sea sábado menos. Centro centro, la Wurlitzer Ballroom es la sala escogida para la ocasión… Presentación del primer disco de los madrileños October People, presentación de un gran disco. Incertidumbre, me han hablado bien del directo del cuarteto, pero siempre hay que comprobar estas cosas por uno mismo. Las anteriores experiencias en la sala han sido buenas, sólo espero llegar a tiempo. Porque si me ataño a la hora prevista llego tarde, muy tarde, por fortuna aún no ha comenzado. Por poco, eso sí.

Saludos, llevo tiempo sin ver a gente a la que debería ver más a menudo. Pero ya empieza o eso dice la máquina de humo. Me pregunto, llevo haciéndolo desde que me entere de esta oportunidad de disfrutar la banda en vivo, como trasladarán al directo unos temas que en disco funcionan muy bien pero que hay que saber manejarlos para que lleguen más allá, cuando el sudor adquiere importancia. Poco a poco se van disipando las dudas y contestando las preguntas, poco a poco, como se disuelve el humo artificial van haciéndolo, cualquier reticencia que pudiera quedar se diluye… El setlist promete integridad, el repertorio a priori se sabe corto, vamos viendo lo que da de sí.

Repaso exhaustivo a todo el primer trabajo, los ocho temas van cayendo uno a uno, con tanta piedad como el público congregado merece: ninguna. Y es de agradecer. Entrando en el concierto en sí, lo primero que se percibe es que el grupo está realmente a gusto sobre el escenario, con Giovanni y Enrique más activos hacia el público (que llenaba sin atosigar la Wurli) y Dani y Vito más introspectivos, más centrados en sus instrumentos. Me refiero a la propuesta escénica, difícil en un escenario pequeño con cuatro músicos, batería, teclados y luces. El sonido, impecable toda la noche hizo justicia y de este modo, se fueron sucediendo canciones con dos puntos (para mí y mi gusto personal) álgidos, que destacaron por encima del resto. Iremos a ellos después.

La importancia de las canciones es más que patente, la voz medida y con la intensidad requerida, la distorsión en su punto, guitarras que son cuchillas, el bajo y la batería con la misión de no dejar títere con cabeza, unas pinceladas con las teclas aquí y muchas ganas. Ingredientes todos ellos que sabiamente mezclados dieron forma a un recital espectacular. Con dos menciones especiales, una la comentada. Para el que suscribe la mera interpretación de Juliette y de Once Again, ya habrían valido la entrada. Y eso recalcando que no me sobró ninguna de las seis restantes. Increíbles las dos, llenas de energía, elegancia y oscuridad. Llenas de belleza y de una cierta melancolía, un poso que acompaña permanentemente.

Me hacen gracia las comparaciones, sobre todo ahora, sobre todo cuando ya parece agotada la vía de siempre, la que tan de moda ha estado estos años. Ahora, con esa manera de hacer las cosas ya caduca, ahora, cuando sólo quedan ya imitadores de imitadores de imitadores. October People demostraron en los setenta minutos que estuvieron disfrutando de la Wurli, que están mucho más allá de todo eso, que en oposición a ese seudopostpostpostpunk tan original y predecible como la más babosa de las comedias románticas, el sonido que ellos proponen bebe de tantas fuentes que termina resultando más que propio. Algo que ya pensaba cuando escuché el disco, cuando saboreé esas ocho piezas que lo llenan, algo que no solo me fue corroborado sino que terminó de convencerme cuando las vi crecer a un par de metros de mis orejas.

El único detalle que podría poner en el saco de los peros es la quizá excesiva linealidad rítmica de las canciones, insisto, perfectamente interpretadas, pero que al tener todas una “velocidad” parecida, terminabas teniendo un poco la sensación de que eran un todo en vez de temas diferentes y separados. Algo ciertamente menor y que se corregirá solo al aumentar el repertorio. Todo lo demás fue perfecto. Pero claro quedaban los bises. Uno un poco evidente y otro francamente sorprendente. Dos versiones, de dos archiconocidas: Transmission de Joy DIvision y Perlas Ensangrentadas de cuando Alaska lo era y vivía Berlanga. La de la Joy, correcta, bien hecha, dando tal vez más importancia al cariño al original que a la reinterpretación rompedora. Coreada con entusiasmo, no podía ser de otro modo. La dinaramaresca, fenomenalmente bien hecha, puso un delicado y a la vez visceral broche de oro a todo lo ya vivido. Llevada a octubre, ésta sí, transformada con tanta disciplina que consiguieron que pareciera propia y ajena al mismo tiempo. Fantástica.

Y luego las prisas evitaron un postconcierto que esperaba con ganas, aunque eso queda ya en el terreno más interno. Concluiré que esperaba mucho de esta actuaión y que me llevé mucho más de lo que esperaba. Concluiré aunque al recuerdo le quede mucho tiempo para saberse terminado.