NICK CAVE & THE BAD SEEDS: Push the Sky Away – Vinyl + 7″ ltd. (Bad Seeds Ltd. 2013)

Push The Sky Away es el decimoquinto disco de estudio con los Bad Seeds. El primero sin Mick Harvey (el último que quedaba de las malas semillas originales) y el del retorno en dos temas (no sabemos por cuanto tiempo) de Barry Adamson (marchó hace veintisiete años, tras Your Funeral… My Trial, se dice pronto) y el caso es que ni se echa en falta a Harvey ni se nota demasiada diferencia achacable a la mano de Adamson. No quiero con esto ningunear a nadie, sólo que, como ya pasó con la marcha de Blixa Bargeld, la “marca” está por encima de sus componentes. Excluyendo a la cabeza más visible, claro. Bueno, el caso es que PTSA se ofrece en un buen puñado de “versiones” distintas, incorporando diferentes extras, para todos los públicos (y bolsillos, of course). La edición que tenemos entre manos es la que incluye el single Needle Boy/Lightning Bolts, dicho sea por acotar. Vayamos a ello.

La primera frase que me viene a la mente es lo difícil que resulta sustraerse al mito. Es complicado, cuando tienes una amplia –y genial- carrera a tus espaldas, mantener el nivel, no digamos ya superarlo. Vivimos tiempos en los que vuelven multitud de artistas (imagino que empujados por la necesidad de dinero, nada es como fue y ya no es posible vivir de las rentas salvo casos contados), pero no es el caso que nos ocupa: Nick Cave nunca se ha ido. Aún así, tengo una sensación extraña cuando saco el disco de su funda, con cuidado, siguiendo ese ritual que los aficionados a los discos (aparte de a la música) solemos seguir, tan personal como inexplicable. Sí, ya sé, no es el caso, Mr. Cueva nunca se ha ido pero arrastra tanta obra maestra detrás, tiene en su currículo tantísimas canciones que erizan, que hieren, que lubrican incluso, que cualquier intento posterior tiende a producir, en un principio, un poco de desconfianza. Un cierto miedo. Estamos acostumbrados a escuchar “nuevos discos” de artistas grandísimos, nuevas canciones de músicos con décadas de arte a su espinazo, que sí, son muy buenas, no pueden ser de otro modo (ya sabes, el que tuvo retuvo y todo eso), pero que “no están a la altura”. Es decir, son infinitamente mejores que el noventa por ciento de lo que se publica pero sabes al escucharlas que cuando dentro de tres años elijas un disco de ese artista para re-escucharlo, no va a ser ese último. Le falta algo, algo innombrable e indefinible, algo que no se puede describir con palabras. Creo, de hecho, que lo que le falta es lo que hizo especial ese trabajo añejo, no tanto él mismo, sino el contexto que lo rodeó. Para alguien que puede citar los diez momentos más importantes de su vida envueltos en sus respectivas melodías, lo de menos es la calidad intrínseca de las mismas. Si has crecido con unos grupos, con unas canciones, si todo en tu biografía particular está tan inexorablemente unido a alguna de esas tonadas, es imposible que las posteriores te toquen igual, por su savoir faire solamente.

Esa era la reserva que tenía al “desenfundar” Push The Sky Away y ponerlo en el reproductor. Añádele la inquietud, más propia, de no saber porque lado iba a tirar Nicolás. ¿PTSA es la continuación lógica de Grinderman? O sea, desgarro rockero sucio, cuasi bluesero, pero del cenagoso… ¿Está en la línea de Dig, Lazarus, Dig? Es decir, Bad Seeds por los cuatro costados, canciones que arañan pero no muerden… ¿Se parece a Abattoir Blues/The Lyre of Orpheus? Medios tiempos, pianos, rabia contenida, crooners oscuros… Inquietudes vagas, poco importantes tal vez. El caso es que ahora, tras escuchar unos cientos de veces el disco, sigo sin saber responder. PTSA es todo lo dicho, qué duda cabe, y nada en realidad. Es un disco con entidad propia pero que sigue (como siempre, tan reconocible) la estela marcada por toda una vida de canciones magníficas. Se parece a AB/TLoO en la “velocidad” de las canciones, pero aquellas estaban interpretadas con muchísimo más peso en el piano que estas. Se parece a DLD en la tensión contenida, pero es mucho más lento (en general). ¿Se parece en algo a Grinderman? No, la verdad es que musicalmente no, aunque el tuétano que subyace en cada palabra sea parecido. ¿Tiene alguna importancia todo esto una vez que el disco ha empezado a sonar? Pues ciertamente no.

Según empiezan los primeros acordes de We No Who U R, ya casi nada tiene importancia. La cadencia, esa especie de tembleque en cada nota, cómo acaricia la voz… pasa todo a un primer plano. A un muy buen primer plano, por más que esta sea una canción a la que me costara entrar de primeras. Wide Lovely Eyes y Water’s Edge siguen un poco la misma pauta: canciones tranquilas, relativamente relajadas, pero solo en la superficie. Hay tensión, hay mucha tensión, en cualquier momento parece que estallará, hay como una especie de violencia contenida en cada verso, en cada nota, una especie de anticipación (porque pienso, además, que el orden de las canciones dista mucho de ser casual, ni siquiera en el sentido de cualquier disco normal; no estamos ante un disco conceptual, pero se le parece mucho) para el, para mí sin lugar a dudas, clímax del LP: Jubilee Street. Digo del LP por no decir que es posiblemente la mejor canción publicada en lo que va de año, por cualquier artista. Digo clímax porque en mi Olimpo particular roza la excelencia de Where the Wild Roses Grow o de The Carny. Un peldaño por debajo (pero un peldaño chiquitito) de The Mercy Seat. La tensión (puede que sea la ominosa viola, puede que la guitarra, puede que el crescendo) sigue sin explotar, pero alcanza límites casi dolorosos, necesariamente dolorosos, hasta llegar al final. Brutal. La tormenta ha pasado, parece decir Mermaids. Sirenas simbólicas en un tema que habla del mar y de la vida. O de la vida y el mar, según se mire. No es estrictamente una “canción marinera” (como J Street no es una canción sobre putas) pero va y viene como las olas. No es acuática pero termina dejándote sabor a salitre en la garganta, el amargor de la juventud lejana y perdida. We Real Cool y Finishing Jubilee Street tal vez son los dos temas que menos me gustan del disco, posiblemente porque venimos de donde venimos. Quizá escuchadas en otro punto sean diferentes, quizá necesiten más escuchas. No nos confundamos, no son malas canciones, son buenísimas de hecho, pero van cuesta abajo tras las dos, excelentes, anteriores. Higgs Boson Blues remonta. Desde el fantástico título, son ocho minutos dónde vuelve a planear la sombra de The Carny. Alucinantes los vientos blueseros (decir aires aquí se queda corto), alucinante el coro infantil. Alucinada la letra, que no citaré pero recomiendo buscarla. Todo, todo, para concluir con el tema que da nombre al disco, Push The Sky Away. Se cierran todos los círculos, se terminan todas las dudas, si es que aún quedaba alguna. Se mantienen los vientos, se mantienen los coros infantiles. Se mantiene, sobre todo, lo alcanzado con las anteriores, un estupendo cierre.

Los dos temas del single que acompaña el LP, Needle Boy y Lightning Bolts son un complemento perfecto. Posiblemente descartes de la selección final, pero están totalmente en consonancia con el resto. Personalmente, yo habría hecho un disco de once canciones pero… a estas alturas de la película es un tanto ridículo criticar esto. En conjunto Pusk The Sky Away es un disco genial. No tiene la rabia de Grinderman, no tiene su entraña infinita, pero no la necesita. Como no necesita de la abundancia pianística de AB/TLoO o de lo cenagoso de Dig Lazarus Dig. Tiene todo lo demás: las luces de la ciudad, de la gran urbe, en la madrugada. El humo en la garganta. El gusto, el buen gusto. Lo amargo del amor despechado y lo dulce del hallado. La luz, desde la portada con la preciosa foto de Nick y Susan Bick, y la oscuridad infinita y buscada tantas veces. Tiene, en realidad, todo lo que tiene cada uno de los trabajos de Mr Cave y secuaces anteriores. La capacidad de emocionar. Infinita.