LINEAS ALBIES + KAP BAMBINO, 16 de octubre de 2009, Ocho y Medio, Madrid
La Gran Vía madrileña está repleta de calles, de gente y de salas, tanto bares como locales (de mayor y menor enjundia) para dar conciertos. La Gran Vía y aledaños suele reportar sorpresas en forma de esos conciertos que te sorprenden un día al entrar en ese bar que conoces de nombre pero que nunca has pisado. En uno de esas calles cercanas, Mesonero Romanos, hay un pequeño local que se traviste cada noche (o al menos antes lo hacía) en diferente garito, con diferente ambiente, público, música e incluso aspecto exterior. Ese prodigio de camuflaje estilístico en ocasiones, solo en ocasiones, ofrece conciertos. Y no es que sea una sala especialmente preparada para ello: el sonido es entre malo y horroroso, la distribución es… redistribuible, etc, etc. Y con esas me entero de que actúan los conocidos Líneas Albiés teloneando a los para mi desconocidos (y franceses) Kap Bambino. Uno, que es un ignorante (dicho sea sin ironía ninguna).
Líneas Albiés, les he visto muchas veces, les he escrito desde aquí otras tantas, pero siempre, siempre, tienen algo nuevo que regalar, siempre sorprenden por algo o con algo. En esta ocasión será algún tema de su próximo disco (ganas tenemos de que vea la luz), será alguno antiguo poco frecuente en su repertorio, será… Pues nada de eso. ¿Recreando el repertorio más o menos habitual se puede sorprender? Difícil pero posible. Líneas Albiés lo hicieron. ¿Cómo? Pues con una interpretación si no diferente, sí lo bastante currada como para no tener la sensación de algo ya visto, de algo ya disfrutado.
No aprecié demasiados problemas con el sonido, muy empastado toda la actuación, sorprendente dado el marco. La voz de Marieta Rabieta se escuchó bien, las programaciones y los teclados en su sitio y tanto el saxo, como la guitarra y la voz de Pablo llegaban a mis oídos con la fuerza y precisión habituales. Ellos se movieron estupendamente como de costumbre, les vi a gusto, se mezclaron con el público como suelen (quizá algo menos que en otras ocasiones pero entre que había poca gente y que tampoco gran parte de esa gente estaba muy por la labor…) y dieron lo que tienen, que es bastante. Todo mientras Betty Page demuestra en la pantalla al fondo que hay cosas que han cambiado a mejor y otras a mucho peor.
La versión alargada del stoogeniano 1969, la increíble Double Captain Sensitive, el anfetamínico Reláxico Espialidoso fueron a mi modo de ver tres de los puntos más álgidos del corto concierto (“es que somos teloneros” explicaron). Pues que pena que sean teloneros o mejor, que pena que por el hecho de serlo tengan el tiempo tan limitado para explayarse. Porque da rabia que cuando mejor me lo estaba pasando se terminara la actuación. Últimamente siempre que “visito” las actuaciones de los madrileños termino con la sensación de concierto corto. Es cierto que los últimos recitales en los que he estado ha sido ejerciendo de “teloneros” pero echo de menos un espectáculo más largo en los que poder saborearlos plenamente. Más plenamente, mejor dicho. En fin, esperaremos al siguiente a ver si hay más suerte. Aún con eso y con todo vi al dúo en una forma estupenda, se notó que las canciones que interpretaron están ya muy rodadas y a ellos les vi con fuerza y ganas. Mientras pienso estas palabras, rápida recogida de equipo y cambio de dúo sobre el escenario. La gente (la sala está ya bastante llena) se agolpa en las primeras filas, se empuja, se zarandea, buscando el mejor sitio. Ay las turbas…
Y salen los para mi completamente desconocidos Kap Bambino. Decía al principio que cuando me pasa este tipo de cosas me doy cuenta de lo ignorante que soy, musicalmente hablando (de otras ignorancias me doy cuenta en otros momentos). Normalmente (pienso para mi con el claro objetivo de defender mi ego) cuando no conozco a un grupo ni de nombre suele ser porque su propuesta no es interesante para mi gusto. Normalmente suele ser porque esa propuesta no solo no es de mi gusto sino que está a años luz de lo que me interesa (así mi ego sigue su lenta pero segura recuperación). Suele ser.
Comienza el espectáculo. Dos músicos sobre el exiguo escenario, luces y un ordenador: Un tipo de pelo enmarañado sobre los ojos y camiseta de Motorhead, encargado del asunto informático; una moza, rubia teñida y corte de pelo rozando lo imposible, empuña el micro. Se desatan ambos sin aviso, dejando caer todo tipo de loops, gritos, ritmos machacones y alaridos sobre un público de lo más variopinto. Electro punk había oído que hacían y no habrá seguramente etiqueta que case mejor. Electros un rato pues eso era y no otra cosa lo que escupía el bueno de Orion Bouvier, mil efectos, ruidos y salvajismo a espuertas. Punks, más. Caroline Martial (al parecer) tiene la fea (y maravillosa) costumbre de dejar a las más sucias y bestias divas del punk que puedas llevarte a la cabeza a la altura de Mary Poppins tanto en ferocidad como en energía vomitada sobre la arena.
Repasan contundentemente su último trabajo, Blacklist, y rematan con grandes temas de discos anteriores. Todo ello entre sudor y gargantas destrozadas, entre ritmos salvajes y muros de bucles infinitos. El caso es que se dedicaron a esputar una amalgama de tripas que me sorprendió, gratamente además. Pero (y ahora vienen los peros, ninguno achacable al dúo eso sí) resulta que a mí la música electrónica no me entusiasma y que, tonterías que tiene uno, me gusta “entender” lo que se canta o vocifera. Poco me importa el idioma en el que se haga, no me refiero a entender plenamente las letras, con reconocer sonidos como palabras habitualmente me basta. Y ahí es dónde las deficiencias de la sala se hicieron notar más, fui absolutamente incapaz de percibir nada más allá del chillido o del aullido. Si le añades mi desconocimiento del grupo que provoca que no sepa donde termina un tema y empieza otro y el machaqueo electro constante… al rato estaba un poco ya saturado de Kap Bambino. No es culpa de ellos, posteriormente he tenido la ocasión de escucharlos en disco y me parecen muy interesantes y estoy seguro de que con mejores condiciones hubiera sido un concierto todavía más impresionante. En definitiva, salí del Ocho y Medio con la sensación de haber vivido un acontecimiento espectacular pero con el amargor de no haberlo disfrutado plenamente.