LINEAS ALBIES + CAPITAN ENTRESIJOS, 24 de julio de 2008, Sala La Pequeña Bety, Madrid

Actuaban otra vez en Madrid los ínclitos Líneas Albiés y en esta ocasión “teloneando” al Capitán Entresijos, al que solo conocía de nombre y cuya actuación comentaré en primer lugar (aunque tocó después) toda vez que yo iba a ver a los de Malasaña. Mil cosas había oído del bueno del capitán, casi todas excelentes así que me dispuse a comprobar si eran ciertas.

Caña, caña y más caña

El Capitán... simplementeUn tipo con un bajo y dos pedales, un segundo tipo a la batería. ¿Punk? Me faltaba gente encima del escenario. El concierto va a comenzar, presentación sui generis y allá vamos. Lo que suena es una guitarra, aceleradísima por cierto. Vuelvo a contar las cuerdas, no, no, es un bajo. Busco algo electrónico que me indique que la guitarra está grabada. Busco en vano. Es un bajo sonando a guitarra, pardiez, distorsionada además, cañera y la batería a todo trapo.

Recuperándome de la sorpresa trato de desentrañar letras y actitud, el capitán se retuerce, salta y corretea por el escaso escenario, el batería se entrega. Punk socarrón lejano al rollo reivindicativo costra común entre los punkis de este lado del Atlántico, punk rápido, salvaje, visceral, punk del bueno. Una canción tras otra, una presentación más o menos desquiciada delante de casi cada tema, repasan trayectoria (más amplia de lo que creía en un principio) y hacen a la gente moverse. El capitán suda, el público suda a pesar de los menos veinte grados que el aire acondicionado nos regala. Todo termina con una sonrisa, propia y ajena. Gran espectáculo, no faltaba nadie encima de la tarima.

Antes de todo esto, el señor Pómez y la señora Rabieta habían descargado sus ganas habituales. Mr. Federex detrás, Juan y su trompeta a veces en el escenario, ponían de su parte. Y ¿qué hicieron? Pues lo de siempre: dar un poquito más de lo que tienen (que es mucho), desgañitarse a los instrumentos (sí, es posible, quien lo dude que vaya a verlos). Repasan canciones, las más o menos habituales en sus shows. La gente bota y atiende al cincuenta por ciento.

 

 

Marieta se tira al suelo, se revuelca, grita, canta, susurra a veces, Pablo se deja los dedos en la guitarra y los labios en el saxo, se arranca las notas del alma. Juan pone su talento y, mientras, Federex se deja los cuernos en empastarlo todo. Sonido saturado, La Pequeña Bety no se caracteriza por sus excelencias acústicas pero me importa un ardite (a ellos sí, ellos son músicos, ellos quieren que todo suene perfecto), yo lo que quiero es sentir las canciones y que la banda haga lo propio.

 

 

Desde aquí suena lo bastante bien como para que todo lo extra al sonido (desgarro, rabia, actitud, descaro) logre su objetivo. Miro a mi alrededor y veo que al resto del respetable le llega poco más o menos lo mismo. Y otra vez se revuelcan por donde pueden (poco sitio tienen) y otra vez dan lo que tienen y otra vez consiguen que me importe muy poco lo perfecto o menos perfecto que suenen. 1969 en versión albiesa aumenta el número y la altura de los saltos, tengo la sensación de estar asistiendo a una especie de orgía sin sexo explícito (seguramente si interior) espontánea. No sé si es una sensación propia únicamente, un caballero no habla de esas cosas pero viendo algunas caras me parece que no me equivoco.

Lamentablemente, todo tiene su final y este además viene antes de lo deseable, se me ha hecho corto, muy corto, única pega al concierto que de nuevo, y van un montón de veces, me demuestra qué lejos está este jodido país de apreciar lo importante, lo que merece la pena, lo que no es camino fácil y superpromocionado. Qué asco, por Dios, de gente manda dónde manda para que cualquiera de los dos grupos que tocaron en esta ocasión tengan algo muy cercano al ostracismo casi absoluto por respuesta y triunfitos de diferente pelaje (no hablo solo de multinacionales, en los sellos pequeños pasa casi casi lo mismo, si no en todos, en casi todos) se hinchen a dar macroconciertos y a llenarse el bolsillo. Pero bueno, el tema es viejo y no se va a solucionar porque yo me cabree así que me quedaré con el recuerdo de lo que disfruté, y a esperar nuevas ocasiones.