LA BROMA NEGRA: Te Quiero Pero He Elegido la Oscuridad (Gaser Discos 2023)

Como ya he dicho alguna vez, no soy muy fan de los discos en directo. Creo imprescindibles las sensaciones del directo en sí, que difícilmente van a poder ser reproducidas en formato plástico. Aun con ello, sí que me parecen disfrutables si previamente has podido asistir al concierto que plasman, ya que, en ese caso, esas sensaciones pueden ser fácilmente revividas. Te Quiero Pero He Elegido la Oscuridad es la grabación del conciertazo que ofrecieron La Broma Negra en la sala Moby Dick el pasado 6 de enero. En doble CD, que dan conciertos larguitos (como debe de ser). Veintiséis canciones en un digipack de seis paneles, de estética tan cuidada como de costumbre.

 

En cuanto al repertorio, ese que ya va siendo habitual en los conciertos de la banda, con el (precioso) añadido “navideño” de La Adoración, que no podía faltar dada la fecha escogida para la ocasión. El sonido, estupendo en la sala, queda muy bien reflejado en la grabación, perfectamente equilibrado en la mezcla. Una lástima que, al no estar prevista la publicación en el momento de la actuación, el sonido del público no quedó recogido más que por los propios micros del escenario, por lo que se echa un poco de menos el calor del respetable en una sala completamente llena. Aunque se gane por el ahorro en revivir idioteces tan comunes en tantos conciertos. Tras ella, Odio al cantante pero amo la canción, Los inocentes… cargadas de la fuerza habitual. Ese “Si quieres tener un poco de paz debes rendirte” que tanto resuena aún.

Llega el momento de ese particular himno nacional que es Me llamo España y soy alcohólica. Coreada a fuego, se ha convertido por derecho propio en uno de los clímax de cualquier concierto de los ahora septeto. Tengo un ataque de oscuridad y Los hijos de las brujas mantienen la atención en unas interpretaciones que, a mi juicio, han ganado mucho empaque con el nuevo concepto de banda. Aquí, debo señalar cómo se aprecia cada vez más conjunción entre los músicos, algo no demasiado fácil si hablamos de dos guitarras (Javi y Nico), bajo (Fer), teclados (Luis), batería (Gonzalo) y violín/mandolina (Óscar) y las voces (Carlos). Más todavía cuando canciones que ya eran impresionantes con una instrumentación mucho más austera (Su decisión, mi capitán, es la siguiente) suenan ahora redondísimas. Ensayos y talento, combinación invencible.

 

Banderas de nuestros padres o Los niños de Dickens o Último día en La Tierra solo, que no es poco, refrendan lo apuntado: encima del escenario siete tipos en magnífica forma y abajo un cada vez más numeroso puñado de fieles seguidores que disfrutan, cantan o bailan en perfecta comunión con lo ofrecido. Los pecados de mi padre es de esas canciones que cada vez que la escucho araña un poco más profundo. Con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Rey Cuervo y Rimas y Leyendas me traen recuerdos de felices tiempos de paseos eternos por la montaña haciendo de gente molesta y videoclips exitosos o fallidos. Recuerdos que no puedo apartar de mi cabeza en cada “Larga vida al rey” o en cada “La Casa de las siete chimeneas”. Otra vez con todo lo bueno y lo malo que conlleva. Sin embargo, Los cuerpos celestes o La enfermedad del beso cambian la agridulce sensación, pese (o quizá precisamente por ello) a que también tienen sus propios recuerdos asociados. Ya he contado en otras ocasiones los sentimientos que me inspiran ambas así que no los repetiré aquí. Te va a tocar buscarlos…

Llega el turno para el segundo “villancico” de la noche: Una tremenda necesidad de milagros. No tengo palabras para describir lo que me gusta y me emociona esta canción así que vas a tener imaginártelo. Yo de momento, hago vocativo el siguiente tema: Protege tus secretos. Aunque solo fuere por no caer en Me vas a hacer llorar. El problema es que de aquí al final es todo una puñetera montaña rusa emocional. Por lugar común que suene. Por mí y por todos mis compañeros y su casi infinita proposición de profundizar (necesidad creada tantas veces por las letras del señor Caballero) en los personajes que va citando. Heridos tiene en su letra la frase que da nombre al disco y es de esas que me encantan desde la primera vez que la escuché, hace una pila de años ya. Y es que somos viejos, amiga. No tanto como para no estremecerme con la historia de Juanelo en Hombre de palo o con la del aparecido Alex (curiosa coincidencia) en Mi hermano pequeño. O para desgañitarme en Demonios en el jardín o para cantar más bajito pero no menos sentido en Nieto de maestro de escuela. O para bailar también por lo bajini (que yo no bailo), en Cenicienta. Aunque sepa a ciencia cierta que tanto el concierto en su momento como lógicamente el disco que lo refleja están llegando a su final. Y que ambos lo harán con Martín Pescador. Posiblemente (aunque si me preguntas mañana lo negaré todo o mi respuesta será otra o quizá ni una cosa ni otra) mi canción favorita de Los extraños tienen los mejores caramelos. Esta es otra, otra más, de las que ganan con el barroquismo instrumental actual y mira que era difícil. Increíble como suena en directo, además. Especialmente en el final atronador de un tema que parecía desde el principio destinado a cerrar conciertos en todo lo alto y que con la profusión sónica actual, alcanza cimas espectaculares.

 

No hay bises, con La Broma Negra (creo, corregidme si me equivoco) no los hay nunca. Producto, creo, de la integridad artística que impide la pantomima. No se echan de menos -han sido veintiséis canciones, recuerda-. Mejor quedarse además con el estupendo sabor de boca que deja el Pescador. Por tanto, solo queda decir que Gracias, mientras tú estés ahí tocando o cantando, nosotros (o por lo menos yo) estaré al otro lado. Juramento de los que no necesitan entrecruzamiento fuertecito de meñiques. Larga vida a La Broma Negra. Muy larga. Con trato divino o sin él.