FIELDS OF THE NEPHILIM + LAS NOVIAS, 23 de octubre de 2010, Sala Bikini, Barcelona

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RAPSODIA I. NECIO BUSCA LA INSPIRACIÓN EN LA MUSA

Háblame Musa de aquel varón de multiforme ingenio al que le cayó encima el bote de polvos de talco al intentar bajarlo del estante, y anduvo peregrinando larguísimo tiempo en busca de un buen detergente, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba ganarse la vida y la vuelta de sus ropas a un estado presentable. Mas ni aun así pudo librarlas, como deseaba, y todos sus compañeros perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos!. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas…

RAPSODIA II. LA MUSA ACCEDE A LAS PETICIONES DE NECIO

Sígueme, si osas, Necio, hasta el valle costero rodeado de montañas, de fértil huerta e insoportable estío, sito en las remotas tierras donde Hércules encontró el Noveno Navío, más allá de las distantes Pitiusas, al otro lado del mar, pues ceñiré mi relato a los acontecimientos allí sucedidos. Sígueme y conocerás cómo aquél por quien me preguntas encontró la entrada al Orco, se enfrentó al turbador Leviatán en lucha terrible y a duras penas logró sobrevivir, mas fue feliz en su desdicha.

Pues fue en esa tierra, te digo, donde Él logró evitar la avidez monetaria del mismísimo Caronte, y cruzó Estigia y Flegetonte -y aun hubiera sido capaz de salvar el Erídano- sin desembolsar moneda alguna ni chamuscarse el trasero, como es propio entre los que emprenden semejante viaje. Y así comenzó su descenso a las insondables profundidades escoltado por compañía sin par.

Hasta el valle costero rodeado de montañas, de fértil huerta e insoportable estío…”

Prontamente se encontró con los espectros de sus antiguos camaradas ya fallecidos, que, con melifluas razones y aladas palabras, intentaron persuadirle de que volviera atrás, a la tierra iluminada por el Sol, y escapara del inframundo cuanto antes. Más Él supo con inesperada astucia y pies ligeros alejar tal tentación. Sólo entonces los espectros se retiraron abriéndole el paso, elevando al unísono sus manos, y de ellas emergía una tenue luz irisada. Ya que, si hemos de creer lo que dicen las mentes adelantadas, obrando de tal manera lograban atrapar en el tiempo todo lo que allí acontecía, permaneciendo en tal postura, muertos pero soñando, por el resto de los días, o hasta que acabó la noche. Y dicen que, en comparación, Prometeo, Tántalo y Sísifo se sienten afortunados con los penosos castigos que les fueron asignados, pues no hay tarea más cruel que permanecer con ambos brazos erguidos durante largas horas, soportando pesadísimas cargas, sin poder disfrutar de este o de aquel evento por estar obligados a actuar de tal manera cuando a Zeus tonante se le antoja que así sea.

Entonces Él, más relajado y experto, consciente de que los cataclismos son pocos y bastante repartidos, el cuerpo menos enervado, la garganta ya escocida, habitó por un tiempo entre una extraña familia hoplítica, babélica y nómada, fea, sincera, carlista y envidiable, que afilaban afanosamente sus broncíneas armas, pues esperaban cruenta batalla contra el demonio primigenio venido de las otras orillas del océano. Y estas gentes le hicieron saber las costumbres de los individuos mas jóvenes de la frágil especie humana, que habitan el orbe: al parecer los nuevos púberes, adolescentes de criterio, gustan de pasar sus días sumidos en el hedonismo de ciertas sustancias ponzoñosas que obtienen de determinadas plantas exóticas, y gozando sin medida de las suaves tareas que otorga la risueña Afrodita, y evitan en lo posible el mezclarse con los adultos de sus ciudades, y el contaminarse de su melancólica gloria. Y así les va. Y fue junto a estos compañeros insólitos con los que se enfrentó al monstruo tortuoso, secuaz de Hades, de mirada prístina, viril, tímido, y envuelto en pertinente harapo, ¡feroz y terrible Leviatán!, que rápidamente se aproximaba.

«…¡feroz y terrible Leviatán!, que rápidamente se aproximaba…»

Pronto aquel por quien me preguntas fue testigo de la expectación y de la incertidumbre que reinaba en las almas de los que eran neófitos en el viejo arte de la guerra, pues la salvaje e inevitable confrontación era inminente. Y aquél por quien me preguntas fue de repente consciente del pánico ajeno: el de los soldados que habían esperado demasiado y no tenían claro si sus poco pingües ahorros habían sido bien invertidos en tal empresa, ni si la causa que defendían era en verdad justa. Más aún cuando los primeros acordes, inspirados por el mismísimo Apolo, del evento inenarrable del que fue privilegiado testigo y que anunciaban la venida del Leviatán fueron interpretados por una sobrenatural presencia, invisible a los ojos de los simples mortales. Tanto fue así que, cuando al fin la criatura se hizo corpórea, surgiendo execrablemente de la tiniebla, la algaraza fue genérica, y cesaron los llantos y el crujir de dientes que se habían adueñado del campamento.

Presto para repartir la muerte entre aquel por quien me preguntas y sus compañeros, el brutal contrincante dio tempranas muestras de su ferocidad. La hedionda criatura, de mirada prístina, a la que se enfrentaban se regodeaba con los momentos previos a la reyerta mientras, cerca de allí, los buitres, de amplias alas, se relamían glotones en sus recónditos riscos, conocedores del siniestro festín que al cabo degustarían. Así, la criatura, de mirada prístina, asestó su primer golpe devastador, arremetiendo con furia, destrozando tímpanos y corduras con visiones de atroces cópulas primigenias, y despertó en los corazones de los hombres débiles un terror extático de pánico desmedido. Y si algún hombre de armas aún tenía la esperanza de que el final de sus días se postergaría, en ese momento la perdió definitivamente.

Tras estos hechos, el formidable oponente avanzó derribando árboles y montañas a su paso, ante el estupor de las falanges, buscando herir a los soldados en lo más profundo de sus corazones con frías espadas de hielo mefítico, en sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, modalidad de lid de la que era gran maestro, aun entre los de su demoníaca estirpe. Llegado al fin el momento de la infantería pesada, los adalides más veteranos se sintieron por primera vez cómodos en la disputa, pues también estaban familiarizados con este tipo de combate, ya que lo practicaban desde los remotos tiempos en que su pueblo comenzó a habitar la tierra. Mas el Leviatán se percató de su buen hacer, y, reaccionando repentinamente se irguió en todo su majestuoso tamaño y devastó las prietas filas de los hombres. Pues fue él quien segó las vidas de los antiguos Nautas, que otrora se levantaron en armas intentando menoscabar su reinado de terror. Y, si aquellos Nautas, hombres valiosísimos y esforzados, sucumbieron en su momento, estos hombres, de menor pelaje, jamás serían capaces de alcanzar la ansiada victoria.

Muchos soldados valientes cayeron por tanto a los pies del Enemigo en estas primeras embestidas. Sólo entonces nuestro héroe, aquel por quien me preguntas, contempló brevemente la estupefacción en los ojos vidriosos de los que por primera y última vez -y siempre demasiado temprano- ven a través del velo de la noche, y, sin poder disfrutar un segundo más de la preciosa vida, inician el descenso vertiginoso hasta las profundidades incógnitas de las que nunca que nadie ha regresado. Pero los desdichados, antes de morir, lanzaban sus plegarias, extendiendo las crispadas manos hacia el infinito, en busca de una insospechada salvación que de ningún modo les llegaría.

Con la esperanza súbitamente perdida ante la magnitud olímpica de tamaño rival, y a punto las filas de desbandarse, fue aquel por quien me preguntas el que tuvo el coraje de reunir a los hombres e infundirles renovados bríos con sus consignas y bravatas inspiradas. Y así, por segunda vez, los hombres cargaron, sin esperanza alguna de victoria, ansiando más la muerte que la gloria, pues eran sabedores de que el Leviatán era demasiado poderoso como para herirle con sus broncíneas armas, que no causaban herida alguna en su encarroñada sustancia. Mas sus gritos heroicos, aunque vanos, resonaron en los campos y espantaron a las alimañas, y fueron muy celebrados por los rapsodas de años postreros.

“La hedionda criatura, de mirada prístina…»

Y así la criatura, de mirada prístina, conmovida por el valor de sus afanosos adversarios y viendo que eran pocos y que aquel por quien me preguntas era quien los guiaba, cambió de estrategia, abandonó la brega física y concentró su poder en atormentar las mentes de los simples mortales y de algunos aqueos, de hermosas greñas, que por allí pasaban. Y a todos ellos les reveló misterios insondables sobre la creación del Cosmos, e insufló en sus debilitadas mentes imágenes oníricas de los fuegos primigenios de que provienen todas las cosas, ¡a esos mismos que allí se habían reunido para matarle! Y su discurso, monolítico y abominable, sin espacio para discrepancias, opiniones u ocurrencias espontáneas, les mostró la forma en que se ha de tratar con los dioses inmortales para que se hagan carne y habiten entre nosotros sin la necesidad de recurrir a la mediación de un vano predicador. E incluso les permitió festejar momentáneamente una breve y engañosa tregua en su presencia. Y en ese momento todos ellos dispararon sus flechas ígneas al cielo, y tintinearon mil espuelas, agitadas por frenético pentozali. Pero las Moiras, hijas de la Noche, ya habían dispuesto las mortajas de todos ellos y se aprestaban a repartirlas, sabedoras de que perecerían sin remedio, pese a su inesperado y fugaz júbilo.

Ocurrió entonces que los régulos layetanos, que habían sido alertados por los ruidos de la desigual contienda y los agónicos estertores de los moribundos, tuvieron a bien descender a la llanura espantosa en que se desarrollaba la refriega, pues eran custodios de esas tierras desde hacía eones. Estos layetanos tenían por costumbre subirse unos encima de otros hasta alcanzar una gran altura, imitando la forma de las montañas serradas que su pueblo venera desde años inmemorables. Pero no permitieron a los valerosos compañeros de aquel por quien me preguntas realizar los mismos arriesgados ejercicios, por temor a que se partieran la crisma, o partieran la crisma de terceros, o quizá como anticipación visionaria del decoro judeocristiano que les estaba por venir, o por no perder el sentimiento de ser únicos que la realización de semejantes atalayas perecederas les provocaba. Y, así, enviaron una y otra vez a los jóvenes más belicosos de entre los layetanos, que intentaron testarudamente cubrir los cuerpos semidesnudos que los compañeros de aquel por quien me preguntas, gentes salvajes e indómitas, lucían, y echar abajo sus esforzadas construcciones. Y se multiplicaron las amenazas de muerte, ante la sorpresa del Leviatán, que sonreía polvoriento desde su magnificencia ante este inesperado y mundano conflicto.

«Sucedió en Madrid»

Rechazados por fin los belicosos layetanos, el Leviatán selló el destino de aquel por quien me preguntas y el de sus compañeros, elevando omnídamente las aguas del piélago, y amenazando con ahogarlos a todos ellos con la fuerza de aquellas titánicas murallas de agua salada. Y a la par, merced a la gracia hipnótica del Leviatán, Él y los suyos fueron conscientes de la verdad inalcanzable que todo ser viviente ansía por conocer: que sólo cara a cara y bajo la luz de las cegadoras hogueras en torno a las cuales se reunían los hombres de antaño se es capaz de contemplar el verdadero y deslumbrante éxtasis del prójimo. Y que cualquier postrer relato, bajorrelieve conmemorativo o triunfo levantado en cualquier lugar en que acaecieran destacadas peripecias dignas de memoria son sólo una perversa sombra de la grandeza de los episodios reales que allí se desarrollaron. Y mientras estas gestas sucedían, mil soles encontraron la muerte y su luz se apagó en los cielos, pues había transcurrido muchísimo tiempo desde el inicio del combate, aunque Él y los suyos no se habían percatado de tal prodigio.

Reunidos los últimos supervivientes de la masacre, ya exhaustos por las vicisitudes que hubieron de soportar, el Leviatán no tuvo misericordia de ellos, y, movió inesperadamente ciertos zarcillos prensiles en preparación del golpe definitivo. Y con timbres barítonos entonó prohibidos salmos que retorcieron las nieblas de la mañana, haciendo surgir de ellas una interminable escalera dirigida al mismo corazón del Cosmos Infinito, a los abismos de la Vida, de la Muerte y del Cruel Olvido. Y tan poderoso era el sortilegio que los heroicos combatientes unieron sus cavernosas voces al torrente sonoro, mientras avanzaban lentamente escaleras arriba hacia la perdición, cabizbajos pero satisfechos por su papel desempeñado en los sucesos descomunales que te acabo de narrar. Y el estruendo del inédito coro, arrítmico, espontáneo y orgánico, retó al infernal retumbar con que los rayos de Zeus Tonante batían la tierra en esos momentos. Y estos hechos insólitos erizaron los pelillos de los brazos de los más pintados del lugar. Y el modo en que aquel por quien me preguntabas escapó de este hado malhadado, nadie lo conoce.

“…ante la sorpresa del Leviatán, que sonreía polvoriento desde su magnificencia…”

RAPSODIA III. LA MUSA ABANDONA A NECIO A SU SUERTE CON TERRIBLES PALABRAS

¡Oh, Necio! Con la voluble fortuna de tu lado, te crees el dueño de tu propio destino. Con insolentes modales, me has convocado. Con creciente estupor, has atendido a mi relato. Con complacencia, te has permitido incluso sonreír al escuchar mi narración.

¡¿Ahora insistes en que te desvele mi verdadero nombre?! ¡Ay de ti, Príamo insensato! Tal como me anticiparon mis hermanas, tu nombre, Necio, te hace justicia.

Atiende pues: tardaré tiempo en volver a verte, y acaso la siempre hambrienta Moira habrá dado buena cuenta de tus huesos antes de que nuestro reencuentro se produzca…

A ti, que libaste gratuitamente los pingües fermentos que Dionisos puso a vuestro alcance.

A ti, que derramaste abundantes lágrimas y superaste constipados y otras afecciones a fuerza de sudor y sangre.

A ti, que caíste exhausto y besaste el suelo de Barkenon, cual vulgar padre santo.

A ti, que estiraste tu mano con angustia y aferraste sin temor alguno los tentáculos surgidos del inframundo para salvar tu lamentable vida.

A ti, que lograste en todo momento mantener el sombrero en la cabeza, cual héroe transatlántico armado de látigo y cinismo.

A ti, que dormiste poco, pagaste diez euros por un litro de Mahou y digeriste los azúcares ponzoñosos de las titilantes Estrellas Damm que pueblan los cielos del levante.

A ti, que contemplaste las transparentes aguas del vinoso ponto tal como fueron antes de ser mancilladas por el ser humano y su detritus.

A ti, que fuiste testigo de la mal repartida belleza de las exóticas amazonas.

A ti, que no escuchaste ni una sola nota de Las Novias.

A ti, que a todo esto sobreviviste.

A ti y sólo a ti, por tus logros, se te concederá el conocer mi verdadero nombre.

Y, ¡ea!, no demoro mas el momento de hacértelo saber, pese a ser pocos los mortales que han escuchado tales palabras salir de mis habitualmente sellados labios. Y este nombre, el que me dieron los dioses y el que jamás debería ser pronunciado, este nombre, te digo, es “Alberta de Piernas”.

Ya que ese varón de multiforme ingenio al que le cayó encima el bote de polvos de talco al intentar bajarlo del estante por el que me preguntabas, ese hombre, en definitiva, eras tú, Necio, solo que de vacaciones.

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SETLIST

Shroud
Straight into the Light
Penetration
Trees Come Down
Love under Will
Zoon
From the Fire
Preacher Man
The Watchman
Moonchild
Mourning Sun
Last Exit for the Lost

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Texto por Estudios Idea Soez, publicado bajo licencia Creative Commons.

Fotos del grupo © Bethany Wiseblood – http://www.myspace.com/bethblood
Fotos del mosh © Kostas – http://www.myspace.com/thesequelfotngr
«…logró evitar la avidez monetaria del mismísimo Caronte…»