FIELDS OF THE NEPHILIM + LAS NOVIAS, 22 de octubre de 2010, Sala Heineken, Madrid

Temprano muy temprano estaba previsto el evento, los Fields en Madrid tras tantos años de espera y tantos de desesperanza. Las Novias antes, dando un plus al espectáculo. La noche, tarde-noche, templada. Gente en la puerta haciendo cola, bastante gente dada la hora. Espero impacientemente mi entrada, mi pasaporte a algo que llevaba mucho tiempo ansiando. Mastico uñas a cada rato. La entrada llega, alguna amiga también, luego habrá más. Abren las puertas, nos acercamos al escenario. La Heineken como la recordaba, fría todavía. A la izquierda el “merchandising”, caras camisetas, discos asequibles. Novias y Nephilim, juntos pero sin mezclar.

Salen los maños, salen Las Novias. Lejanos, lejanísimos los días en los que los vi por primera vez, en Revólver, hará… ¿dieciocho años? Mucho tiempo, muchas canciones, muchas vivencias. Los de Toño Leza y compañía hacen un set corto, muy corto, sólo seis canciones. Ellos lo excusan, es lo que podemos hacer, es lo que tenemos que tocar. Me cabrea, evidentemente no por ellos, ¿qué culpa tienen?, me cabrea porque me apetece verlos más rato. Inercia, Ego, Davinia, Incienso En El Alma, Sol Dentro de Ti, Imagínate El Aire para cerrar. El recuerdo a los viejos-buenos tiempos. Aunque los nuevos no son peores. Suenan compactos, fuertes, épicos… como los recordaba. Los temas más modernos no desmerecen aquel fantástico Sueños En Blanco Y Negro. En absoluto. Pero, lo dicho. Se hace muy corto. Demasiado. El sonido no es nada bueno, ya se sabe, los teloneros no tienen derecho ni a pan ni a sal, se prepara todo para el “gran” grupo, el resto que arree. Aún así, aún con todo, transmiten lo que quieren, falta nitidez pero como sobran ganas, todo compensa. Con mejor sonido habría sido… eso.

Humo, mucho humo, pican los ojos tras una nueva espera, en este caso razonable en la impaciencia. Humo, mucho humo del que no es humo pero que lo parece, tanto como la harina que no es arena de Arizona ni harina en realidad ni polvos de talco, pero que también lo parece y “mancha” sombreros y pantalones, guardapolvos y cuero, mucho cuero. Luces que si son luces, azules y violetas que desencadenan intros más o menos esperables, que desencadenan (sí, otra vez desencadenan) gritos y que presagian tempestades sonoras y más gritos y más tempestades. Y más luces de diferentes colores.

Y sale el líder, el que queda, el que la gente espera. Y ésta se agolpa y Él se vuelca sobre el micrófono, como tantas veces, como siempre en vídeo hasta ahora. Y digo Él no por mesianismo (que no lo hay o no demasiado) sino porque es lo restante de lo amado, lo antiguo, lo rancio, lo que en su momento abrió heridas incurables. Y digo Él porque el resto es nuevo y casi desconocido, porque no llegan a dónde llegaron otros, se llamaran Wright o Pettitt o Yates, aunque a fe mía que lo intentan, de modo que el problema tal vez no sea de ellos: quizá cuando algo te atraviesa a determinadas edades (físicas, mentales o que sé yo) todo lo que viene después no te golpea del mismo modo. Es decir, por resumir, que Gavin King, Lee Newell, Tom Edwards y Snake no hacen olvidar en absoluto a los nephilim originales pero probablemente ni falta que hace.

Los temas se suceden, en un principio siguen escrupulosamente el setlist que figura en folios repartidos por el escenario, tras Shroud, Straight Into The Light (únicas concesiones en toda la noche a The Mourning Sun) y Trees Come Down. Suena bien, muy bien, muy compacto, ahora sí con nitidez. Las punzantes guitarras, los bajos dónde deben, la voz… ah, la voz. Preacher Man, Dawnrazor, The Watchmen. Así seguidas, como si tal cosa. Ritmos con altibajos, público entregado, golpes, empujones… Desfila Lovecratf, se arrastra Ctulhu, Sumer revive gloriosa… el predicador y el vigilante, el Oeste y el desierto, Babilonia. Y en medio el corte en el centro del alma, el susurro y la épica contenida, pesadez hipnótica para bien. Sensaciones, recuerdos, el tiempo pasa tan rápido. Ya se nos ha olvidado casi del todo la WRIGHTAUSENCIA, la PETTITTDEPENDENCIA e incluso la YATESNOSTALGIA y aunque dudo mucho que el porvenir depare algo similar con distintos apellidos, ahora me da igual, tan solo quiero que dure. Inocencia herida.

From The Fire, Penetration. La primera no me entusiasma, estamos ante otro lugar común frente a los clásicos, toquen lo que toquen hay tantos repertorios posibles como escuchantes, tantas canciones a echar en falta como hits irrenunciables. A pesar de ello si no hubieran tocado la del fuego, mejor que mejor para mí. Penetration es el único momento que justifica empujones y golpes, apurando mucho, que sigo sin verle sentido a semejante estupidez. “Es siempre así, en cada concierto” dice un amigo. De acuerdo, es siempre la misma estupidez. Siguiendo con lo importante, la tormenta sonora zooniana pega fuerte. El muro creado avanza implacable aplastándolo todo a su paso, más alto revienta tímpanos, a ese volumen, solo te jode el estómago, que no es poco. Love Under Will. Te mece en cada acorde, te lleva, te trae, te eleva y te deja caer. Sweet Dreams… Para mí, el primer clímax de la noche, ya estoy preparado, los temas anteriores me han traído aquí, Love Under Will me remata, se quedará en mi cabeza incluso un rato después de terminar.

Moonchild, Psychonaut. Antes del corte. Moonchild, “Here comes the silver pieces”. Me pareció más lenta en su interpretación de lo habitual. Todo lo contrario que Psychonaut. Esos ambientes psicodélicos, como de unos Pink Floyd pasados por Innsmouth y rebozados en polvo del desierto. Hipnosis colectiva, épica y el mantra final: Xi dingir anna kanpa, signifique lo que signifique… Increíblemente fue incluso capaz de sustituir en cada una de mis neuronas los ecos de Love Under Will, algo que Moonchild no había ni rozado siquiera: es una canción que, supongo que por haberla escuchado un millón de veces, me produce cierta tirria. Y eso siendo excepcional, que lo es, pero no es de las que echo de menos si no la oigo. ¡Cuánto daño han hecho algunas sesiones clásicas de garitos! El repetir los mismos putos hits hasta la saciedad, un sábado y otro sábado han terminado consiguiendo que grandísimas canciones resulten HOY casi casi prescindibles… La banda abandona el escenario sin prisas, entre el humo y los reflejos de las luces en éste. Todavía resuena el final del navegante psíquico aunque se vaya diluyendo poco a poco. De momento la cosa pinta corta aunque intensa, se suponen bises pero a ciencia cierta nadie sabe. Aprovechamos para intercambiar opiniones entre los que compartimos codazos, todos pensamos parecido (los que piensen, yo a estas alturas tengo que digerir todavía, tengo que procesar, tengo que recuperar el aliento).

Endemoniada, Chord Of Souls, primeros “extras”, primeros bises, estudiados, preparados, como son siempre estos “fuera de programa” de un tiempo a esta parte. Da igual, Endemoniada es todo furia y fiereza, por más que de nuevo, por antepenúltima vez esa noche me sonara más despacio de lo usual, de lo recordado en otras grabaciones. Después, un asistente al “triplete ibérico” de este 2010, me confirmó que sintió lo mismo. Decía que Endemoniada es todo víscera y así la recibí, como el resto del respetable, entregados todos al unísono, soñando, supongo con lugares familiares… Y tras ella, un nuevo clímax (van unos cuantos). Y tras ella Let it be the end. Y debe acercarse el final, no sólo del concierto, se prevé cercano. Se acumula el sudor, la afonía amenaza mi garganta, disfónica de serie. Aumenta la víscera si cabe, se reproduce la sensación de lentitud… en el maremágnum sonoro, en el muro que se derrama incontenible. Reverberan los ojos, ojos, ojos, ojos que parecen hielo.

Segunda reentrada. Y última que no hay que exagerar tampoco y con hora y media de concierto tendríamos que darnos por satisfechos. El final, no por esperado, llega menos: Last Exit For The Lost. La para mí mejor canción en la larga trayectoria nephiliana (en años más que en canciones) estaba ahí por si acaso el concierto no era ya de por sí inolvidable. Siempre he pensado que LEFTL tiene la no sé si extraña virtud de irse deslizando dentro de quién la escucha, como si te poseyera por dentro. Nota a nota, palabra a palabra, closer and closer and closer va haciéndose dueña y es en su estallido final, en su desgarro, cuando verdaderamente te das cuenta de que ya no te la vas a quitar nunca de encima, se ha convertido en parte de ti mismo. Y aunque pasen cien años, cada vez que la escuchas vuelves a ser quien eras aquella primera vez, nada ha cambiado por más que tú creas que sí, la canción de nuevo es ama. Forever Remain. Sí, Forever Remain y que nada acabe, que el final sea principio y todo eso. Es pronto aún, las once más o menos, no puede (no debe) terminar ya. Pero, oh, las luces se encienden, el humo se disipa y unos cuantos se pelean por los trozos de papel del escenario. Los afortunados que consiguen sus cincuenta y tantos centímetros cuadrados de recuerdo ven como los de menos suerte piden permiso para fotografiarlos. Con las nuevas luces te giras, te limpias el sudor de los ojos y empiezas a ver caras conocidas, caras que hacía tiempo que no veías y otras que sabías que estarían… la noche avanza pero la sensación de que no terminará nada hasta que lo vivido deje poso permanece.