FAITH & THE MUSE + OPUS NIGRUM, 29 de noviembre de 09, Sala Ritmo y Compás, Madrid

“Nee certam sedem, nee propriam faciem, nee munus ullun peculiare tibi dedimus, o Adam, ut quam sedem, quam faciem, quae muñera tute optaveris, ea, pro voto, pro tua sententia, habeas et possideas.” O lo que viene a ser lo mismo: “No te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de ese modo los poseas por ti mismo.” No sé si Opus Nigrum tenían presente las primeras frases del prólogo de la obra de Marguerite Yourcenar (del mismo título) cuando eligieron el de su grupo. Lo que sí sé es que les vienen como anillo al dedo. Opus Nigrum se mueven, para quien no los conozca, en las procelosas aguas de la música ritual, el dark folk tranquilo y las reminiscencias medievales-ambientales-etc. Es decir, se manejan en aquello que fue el terreno de unos Arcana más acústicos, unos The Moon Lie Hidden Beneath A Cloud bastante menos marciales o unos Dead Can Dance oscurecidos. Lo grandioso es que eso lo hacen con muchísima personalidad: me explico, hay grupos que suenan a esto o aquello, que oyes una canción y piensas que podría, salvando alguna distancia, haberla compuesto tal o cual grupo. Opus Nigrum beben probablemente de las mismas fuentes que los citados pero solo hasta el punto de que te imaginas al mismo tipo de público disfrutándolos, o sea que te gustarán si te gustan aquellos pero sin copiar en nada a nadie.

Más o menos a la hora prevista los de Valencia ocuparon el exiguo escenario de la Ritmo y Compás, dispuestos a ¡debutar! en directo, al menos con ese nombre y formación. Y esto viene a cuento porque cuando le estaba dando vueltas a cómo “opinar” sobre el concierto de los de la obra negra, se me ocurría que se podía comentar teniendo en cuenta la circunstancia de que fuera su primer concierto o sin hacerlo así. Se podía partir de la base de que al ser grupo novel (más o menos) el criterio había forzosamente de ser diferente a si estuvieran consagrados. Al poco rato me di cuenta de que la opinión era la misma, el efecto causado era idéntico en ambas versiones de la mima reseña. En ningún caso tuve la sensación (tantas veces “sufrida”) de encontrarme ante un grupo inexperto, verde, principiante o bisoño. Daba igual que llevaran más o menos tiempo, daba lo mismo porque SE CREÍAN LO QUE HACÍAN Y LO QUE TENÍAN ENTRE MANOS. Sí, sé que parece que esto debería ser obvio, debería ser de cajón que antes de subirse a un escenario una banda tenga claro lo que pretende, adónde quiere llegar y la manera de conseguirlo, pero ay, es tan infrecuente…

Y ¿qué fue lo que ofrecieron en la noche de autos? Pues humo, espectáculo, conjunción, teatralidad, talento… Canciones. Estilo. Magia. Opus Nigrum consiguieron transmitir un viaje en el tiempo, un auténtico y verdadero tránsito a otras épocas. Y a la gente le gustó, indudablemente. De hecho consiguieron que un estilo de música que si no te entusiasma puede llegar a ser monótono no se hiciera en absoluto aburrido. Pocas veces he visto semejante respuesta del público al grupo “telonero” (odio esa palabra pero no se me ocurren otras menos odiosas), obligándolos a saludar entre ovaciones. Pocas veces esas ovaciones han sido tan merecidas ya que lo que nadie podrá poner en entredicho, más allá de gustos, más allá de que en ocasiones el humo fuera excesivo e impidiera ver el desarrollo de la ya comentada teatralidad, más allá de todo, es que Opus Nigrum ofrecieron un conciertazo y se entregaron al máximo y demostraron su buen gusto, tanto en lo estético como en lo escénico.

Al poco rato de marcharse los valencianos, los primeros acordes vocales de “The Woman Of The Snow” comienzan a sonar y a desparramarse sobre nuestras cabezas. Y al igual que sucede en el último trabajo del señor Faith y su musa –Ankoku Butoh- prepararon cuerpos y mentes para lo que había de acontecer. Salen al escenario (que parecía todavía más pequeño repleto de percusiones variadas, batería y resto de instrumentos) William Faith, Monica Richards, Paul Mercer (que se encargaría del violín), Geoff Bruce, Steven James, Marzia Rangel (batería, guitarrista y bajista de Christ vs. Warhol también) y la percusionista Julia Cooke, acompañados de Lucretia Renée y Aradia, bailarinas entre otros géneros de Butoh (danza japonesa no necesariamente oscura –de ahí seguramente el ankoku/oscuro del título del disco- pero que acompañada de la música de los de California resultaba cuando menos inquietante)

 

De ahí al repaso a ratos furioso y a ratos calmado (los menos) del dicho último disco y de algunos temas seleccionados de los anteriores. Blessed y Battle Hymns desembocan rápidamente en Cantus, todas ellas aceleradas y con la percusión muy marcada (normal dada la profusión de tambores de diferentes tamaños), sin un respiro, más percusión: Bushido, con bajista, percusionista, batería, guitarrista y William Faith aporreando con fuerza creciente, sin pausa. Nine Dragons, mantiene al señor Fe al frente, desgarrado, visceral. Scars Flown Proud, buenísima, impresionante voz y la guitarra sonando como si los mismísimos Mephisto Waltz estuvieran ahí arriba. Pero “en mejor”, al fin y al cabo los del vals nunca tuvieron a la Richards al frente. La primera parte del concierto se cierra de la mejor manera posible, con la sensación de que lo que estamos disfrutando ahí abajo es algo difícilmente repetible, con la impresión de que estamos ante uno seres (la idea de músicos solamente se antoja lejana) irrepetibles, encantadores, profesionales en el mejor sentido de la palabra.

La “segunda parte” comienza con Sredni Vashtar (basada en la obra del escritor británico de origen birmano Saki), hipnótica y pegadiza, se desliza rápidamente hacia la rítmica The Burning Season, quizá el único momento un poco más bajo de todo el recital, aunque se debiera posiblemente a una cuestión de gustos personales. Aún con todo, remonta con In Dreams Of Mine, Annabell, y Patience Worth, geniales las tres aunque la segunda me gusta mucho más en disco que en directo, dónde tal vez pierda algo de su magia. William Faith coge el micro de nuevo para escupir Cernunnos, épica, desatada, repleta de energía. Y de ahí al final Plague Dance y Sovereign, con explicación/invitación previa a ser cada uno su propio soberano. Sigo pensando que el estilo de Sovereign se aleja de lo habitual en la banda, suena ochentera por los cuatro costados, pero es un temazo.

       

Los bises, breves, Annwyn, Beneath The Waves (que abrió en su momento aquel que fue el segundo disco de los americanos, el que les consagró como la cabeza visible de la música oscura usamericana, los legítimos y verdaderos herederos de los más míticos) y Sparks. No sé cual me gustó más de las dos, probablemente Sparks. Increíble final. Dos temas clásicos en los conciertos del grupo, tanto en acústico como con la instrumentación completa. Dos temas que son auténticos hits, especialmente Sparks (muy solicitada además por el público durante todo el recital), Sparks y sus centelleos, Sparks y su voz impresionante, su bajos, sus guitarras que de afiladas ulceran el alma…

Mención aparte merecen las dos bailarinas que en varias ocasiones acompañaron al grupo con coros y danzas. Conjuntadísimas, dieron el toque especial a toda la actuación y con la combinación del increíble vestuario y maquillaje que llevaban (me gustaría saber cual es, no se corrió ni un poquito en todo el concierto, pese al intenso calor, sudor, etc) y su espectacular dominio artístico y expresión corporal, dotaron a las canciones de una pátina que las hizo todavía más recordables y “especiales”. Dio lo mismo que se contornearan, tragaran fuego, interpretaran algo similar en muchos momentos a una danza del vientre especialmente sensual… en cada momento, el movimiento justo; en cada ocasión el gesto preciso; en cada contorsión la expresión que la hizo única. Impresionante desde luego. Una lástima que las reducidas dimensiones del escenario impidieran (imagino) un mayor desarrollo teatral, una más amplia gama de “actuación”. Pero bueno, supongo que lo que se perdió en tamaño, se ganó en calor, en cercanía, en intensidad casi íntima.

Como conclusión, ya todo había acabado, solo quedaba el rato que suele darse cuando la banda que acaba de terminar de tocar es lo bastante generosa como para regalar tiempo y conversación, fotos y firmas, simpatía y amabilidad. Como conclusión cabe destacar a la organización, simplemente perfecta, pasando desapercibida cuando tenía que ser así y solucionando lo que surgía cuando era necesario. Un lujo y una pena que no pudieran disfrutar el concierto como los que simplemente éramos público. Disfrutar de un espectáculo como yo pocas veces había visto (y era la cuarta vez que tenía ocasión de saborear a los de la fe y la musa), disfrutar de una experiencia que aún ahora, bastante tiempo después del día D, todavía permanece en mis retinas y tímpanos, inmaculada, como diez minutos después de terminar la actuación. Una experiencia que sé que no se va a repetir pero que confío que en próximas ocasiones se acerque a esta lo más posible.