DEAD CAN DANCE, 22 de octubre de 2012, L’Auditori, Barcelona

Hacer una crítica o comentario de un concierto siempre va cargado de subjetividad. En el caso que nos ocupa esta vez, esta subjetividad está más presente que nunca. Vayan por adelantado mis disculpas a los lectores ya que estas líneas van a reflejar una experiencia personal, más que la simple asistencia a un concierto.

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Hemos de sumar varios elementos que hacían de esta velada algo especial. Lo primero y obvio: Dead Can Dance. Siete años desde su última visita a nuestro país, largo paréntesis que muchos intuían como posible lapso eterno por supuesta separación de la banda. La noticia de una reunión, con gira y nuevo álbum incluidos, sorprendió e ilusionó a más de uno. Se iba a tener la oportunidad de poder disfrutar de nuevo de su arte, algo que en 2005 me dejó marcado en su concierto en el Teatro Lope de Vega de Madrid.

Nos tuvimos que desplazar a Barcelona, única actuación en España, y el lugar elegido fue L’Auditori. Si se suma Dead Can Dance a un auditorio, las expectativas son grandes y el resultado probablemente sea muy satisfactorio. He de decir que lo fue, sin duda.

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Entradas agotadas desde hace bastante tiempo, lleno absoluto, y mucha expectación. Suenan los acordes de Children Of The Sun, primer tema de su nuevo álbum Anastasis. Llama la atención la fidelidad al disco, todo suena exacto y con una calidad que es delicatessen para los oídos. Se puede distinguir claramente cada instrumento, incluso los crótalos de Lisa Gerrard, y eso que el volumen está a buen nivel. Excelente sonido durante todo el concierto, no me cansaré de repetirlo. Cada tema regala matices sutiles pero perfectamente perceptibles. Tras un par de temas del nuevo disco le toca el turno a Rakim, y sólo con el primer sonido de este tema el público lo reconoce, aplaude entusiasmado y la carne de gallina ya está presente en muchos de nosotros. Vi a más de una persona con los ojos humedecidos entre tema y tema, y es que, repito de nuevo, cuando se espera durante mucho tiempo un acontecimiento como éste, los sentimientos están a flor de piel.

Si hubiera que poner alguna pega, ésta sería el setlist. Tocaron muchas de Anastasis, como era previsible, pero algunos temas muy esperados no llegaron a sonar (The Wind That Shakes The Barley, Cantara, Hymn For The Fallen…) En su lugar sonaron unas cuantas rarezas: Ime Prezakias, canción lírica griega; Lamma Bada, una antigua canción-moaxaja andalusí; Now We Are Free, tema que Lisa Gerrard compuso para la película Gladiator, y Wandering Star, perteneciente a su disco en solitario The Silver Tree. Esta fue la encargada de cerrar el concierto. Brendan nos regaló en uno de los bises una versión de Song To The Siren, popularizada por This Mortal Coil pero parida por el gran Tim Buckley. Excelsa.

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Hay pocos grupos que mejoren las expectativas, sobre todo cuando son altas. Esto ocurrió con temas como Sanvean, Nierika o The Host Of Seraphim; cuando las has escuchado tantas veces que te acuerdas de todos y cada uno de sus matices, y en el directo todo suena de esa manera o incluso mejor… te produce una sensación de satisfacción muy especial. Eso se produjo varias veces durante el concierto. Cada tema te metía en una atmósfera y te hacía sentir partícipe de algo muy especial.

Como comentaba con un amigo, después de ver un concierto así el resto de conciertos que has visto te parecen una minucia. Dead Can Dance es otro nivel; te puede gustar más o menos su peculiar estilo, pero la calidad que destila pertenece a una liga de otro planeta. La voz de Brendan Perry resonaba con una profundidad aún mayor que en otras ocasiones, la edad va mejorando sin dudas lo que ya era una voz impresionante. Y de Lisa Gerrard, qué decir… no se puede explicar con palabras. Hace lo que le da la gana con su voz, el rango que maneja hace que pueda sonar en una misma canción como dos cantantes totalmente distintas. Una experiencia que hay que vivir.

En total diecinueve canciones, casi dos horas de una experiencia sin parangón que se hizo corta. Siete años de espera bien valen estos ciento veinte minutos de ensoñación, porque la denominación «concierto» se me queda corta, muy corta. Que no pasen otros siete años…

Texto: Kindgott
Fotos: Serguei_2k
Chatarrera Nórdica